Hay un personaje en la película A los que aman, de Isabel Coixet, que pasa su vida memorizando y recitando los versos de La Divina Comedia, luego de vivir una situación trágica de joven.
En Utopía de un hombre que está cansado, Borges le hace decir a un personaje del futuro: ¨Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer sino releer. La imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios.¨ Él le responde que en su ayer: ¨Las imágenes y la letra impresa eran más reales que las cosas. Sólo lo publicado era verdadero. Esse est percipi (ser es ser retratado) era el principio, el medio y el fin de nuestro singular concepto del mundo.¨
Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, transcurre en las décadas setenta, ochenta; sus personajes principales van detrás de una poeta mexicana nacida en los años veinte. El autor retrata el México de los setenta, pero intervienen Nicaragua, Chile, Argentina, Cuba. Me digo que un presente así para la literatura debe ser magnífico, aún más para la poesía. Los personajes revuelven en el pasado, pescan poetas desconocidos, recitan clásicos europeos y americanos. Entiendo que su sopa tiene el caldo de las dos guerras, de las revoluciones, de una parte del siglo por demás suntuosa.
Intento trasladar ese gesto temporal y advertir el espacio que acompaña a ambos. Supongo que la nuestra, la del nuevo siglo, es una generación que abreva en los sesenta, setenta de una forma quizá desmesurada. Me pregunto si Ulises Lima y Arturo Belano no comparten esa desmesura entre elegíaca y romántica. Y si esa desmesura que los hace flotar, por momentos desaparecer del espacio-tiempo en que viven, no se emparenta a la nuestra.
Mi cabeza se cae de la línea del tiempo, se cae o retrocede, cuando está a punto de llegar a pensar en Honduras, Venezuela, Bolivia, Cuba. La Europa de los setenta no tiene nada que ver con la del siglo veintiuno. Imagen complementada por la impresión de adentro que Europa se dio en los setenta y la que busca darse ahora.
Encuentro una diferencia tonta pero interesante a la vez, nuestra generación se mira en dos espejos: en el de los setenta, y en el que se miraban ellos.
En Utopía de un hombre que está cansado, Borges le hace decir a un personaje del futuro: ¨Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer sino releer. La imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios.¨ Él le responde que en su ayer: ¨Las imágenes y la letra impresa eran más reales que las cosas. Sólo lo publicado era verdadero. Esse est percipi (ser es ser retratado) era el principio, el medio y el fin de nuestro singular concepto del mundo.¨
Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, transcurre en las décadas setenta, ochenta; sus personajes principales van detrás de una poeta mexicana nacida en los años veinte. El autor retrata el México de los setenta, pero intervienen Nicaragua, Chile, Argentina, Cuba. Me digo que un presente así para la literatura debe ser magnífico, aún más para la poesía. Los personajes revuelven en el pasado, pescan poetas desconocidos, recitan clásicos europeos y americanos. Entiendo que su sopa tiene el caldo de las dos guerras, de las revoluciones, de una parte del siglo por demás suntuosa.
Intento trasladar ese gesto temporal y advertir el espacio que acompaña a ambos. Supongo que la nuestra, la del nuevo siglo, es una generación que abreva en los sesenta, setenta de una forma quizá desmesurada. Me pregunto si Ulises Lima y Arturo Belano no comparten esa desmesura entre elegíaca y romántica. Y si esa desmesura que los hace flotar, por momentos desaparecer del espacio-tiempo en que viven, no se emparenta a la nuestra.
Mi cabeza se cae de la línea del tiempo, se cae o retrocede, cuando está a punto de llegar a pensar en Honduras, Venezuela, Bolivia, Cuba. La Europa de los setenta no tiene nada que ver con la del siglo veintiuno. Imagen complementada por la impresión de adentro que Europa se dio en los setenta y la que busca darse ahora.
Encuentro una diferencia tonta pero interesante a la vez, nuestra generación se mira en dos espejos: en el de los setenta, y en el que se miraban ellos.
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