En la búsqueda de pensar y sentir en cuatro idiomas, digo torpezas, cometo disparates, olvido sinónimos, y me vuelvo cada vez más poeta. Poner el peso del hipopótamo al sentarse en una sílaba, palabra o verso; me redondea el día, me manda a flotar -como bailando- a unos centímetros del suelo.
Curiosa por los orígenes de tan intenso movimiento, dispuse la maquinaria entera a desempolvar respuestas... Y descubrí temporalmente que la palabra es mi buen modo de estar sola, y que por eso la sostengo con igual celo que la almohadita de infancia. Cuando los otros, ella, él, y todo lo demás cruje, sube, explota, sugiere, interesa o acontece estoy a salvo, cubierta, rozagante. Pero cuando él, ella y todo lo demás se aleja o falta; me vuelvo enteramente frágil, abismal, oscura, pálida...
Entonces leo, escribo, traduzco y se me pasa.
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