viernes, 29 de enero de 2010

El gran pez es una película que probablemente no hubiera visto hasta el final si no me la hubiesen recomendado tanto. Creo haberla visto en casa de papá, con él. Debe ser una de las cinco películas que vió, nunca entendí si su tare es con el transcurrir del tiempo, con la mercantilización del ocio, o uno de esos tares intimistas que se meten hasta en sueños.
Las historias de papá eran muy buenas, pena que le agregaba una introducción de tiempo y lugar medio tediosa. Necesitaba decir el año, la ciudad, la calle, el color del paisaje… Al introducir a los personajes de la anécdota, hacía un paseo veloz por el árbol genealógico de cada quien, dejaba clara la posición social y las ambiciones respectivas; y ahí arrancaba lo lindo. Lo lindo era muy lindo y muy bien contado, al final todos reían fuerte o mordido, no había forma de que no fuera así.
Ultimamente algo hizo que pusiera atención en historias que estoy contando repetidas. En un caso esto sucede porque cuento cosas de la infancia y no recientes, intuyo que las cuento distintas cada vez, pero siguen siendo más o menos las mismas. A veces me descubro repitiéndolas y alboroto el final o las termino rápido. En otro caso puede ser que lleguemos a un punto en que hace falta rebalsar de historias, y contarlas antes de que mojen el mantel.
La gente cuenta mismas historias muchas veces. Hace poco en un almuerzo cerré los ojos con un pestañeo demorado mientras una voz me decía por dentro, ahora viene la historia del chico que paró y le dijo… Y vino, casi exacta a como la recordaba.
Las personas cuentan tantas veces sus historias que al final terminan convirtiéndose en ellas, algo así dice una voz en off al final de Big Fish… Y así es como el hombre se vuelve inmortal.

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